Raúl Eduardo Rubio Guardia Periodista y escritor Especial para www.lobuenosedice.com Desde pequeño, a Edgar Soberón Torchía su madre le inculcó el gusto por el cine, sin sospechar que más adelante, durante su vida profesional sería una de las labores a las que se dedicaría, además de su otro “amor”, como él mismo lo define”: el teatro, actividad a la que le ha dedicado gran parte de su vida también, como actor y director. Para Soberón Torchía, el cine significa “una fuente de conocimiento que, si la pieza está elaborada con conciencia del valor del medio audiovisual, puede ser muy eficaz, rápida y masiva, ya sea ficción, documental, animación o experimento”. Con una vasta experiencia en los quehaceres del cine y las tablas, Soberón Torchía ha logrado escalar peldaños en el difícil mundo cultural panameño donde muchos han tratado de llegar lejos, pero pocos han sobrevivido a la aventura que esto supone, y en la que en el camino se encuentran toda clase de obstáculos. En una amena conversación sostenida con este multifacético ser humano, y alejado de la cotidianidad de su ajetreada agenda diaria de compromisos vinculados con el arte, Soberón Torchía nos invita a reflexionar acerca del rumbo que está llevando el cine en Panamá, además de hacer énfasis en el rescate de la memoria nacional para resguardar hechos trascendentales que son parte de nuestra historia como país. 1- ¿Qué significa el cine para usted? Para mí tiene varios significados: primero, es una fuente de conocimiento en la que, si la pieza está elaborada con conciencia del valor del medio audiovisual, puede ser muy eficaz, rápida y masiva, ya sea ficción, documental, animación o experimento. En caso contrario, puede ser un medio terrible, embrutecedor, propagandístico, manipulador y controlador de mentes y conciencias. Segundo, es una efectiva fuente de belleza y placer, si el producto está hecho con fines artísticos y altos valores estéticos, sea cual sea el asunto que trate. Es una suma de muchas cosas, de modo que al cine lo reconozco como un medio de comunicación, un arte, un negocio, una necesidad cultural, una adicción… Tiene muchas caras. El cine fue uno de los grandes inventos de la humanidad en el siglo XIX, que dio origen a una expresión hasta entonces desconocida: el documental. La vocación natural del cine es documentar hechos, no contar historias. Eso se lo añadimos después, con lo que heredamos del teatro, la narrativa, la poesía. 2- ¿A qué atribuye su interés por el cine y por qué? En buena medida, nuestros padres biológicos o de crianza nos moldean. A mis papás les gustaba el cine, a mi madre más que a mi padre. A ella le gustaba el cine de todos los países, en una época en que los cines de barrio ya desaparecidos presentaban películas de todo el mundo. Ella me llevó desde muy pequeño. Cuando mis hermanas entraron a la escuela, ella y yo nos quedábamos en casa y a menudo íbamos al cine. Ya desde niño me di cuenta de que era un medio efectivo para decir muchas cosas, a través de los diversos géneros. Y luego, los que somos de la generación Boomer, los posteriores a la Segunda Guerra Mundial, también fuimos hijos de la televisión. Teníamos imágenes en movimiento en la casa desde chicos. Esa orientación audiovisual está más marcada hoy, en el siglo XXI, con los niños que ya tienen teléfonos móviles en sus manos. 3- ¿En algún momento tuvo entre sus planes dedicarse al séptimo arte? ¡¡¡Uf!!! ¡Yo quise ser tantas cosas en mi crecimiento…, hasta cura! Pero creo que fue porque estudiaba en un colegio de curas. Pocas veces me propuse expresamente estudiarlo. En los 70, cuando el Estado daba becas para estudiar en países socialistas, solicité una, porque sabía que en Polonia, Checoslovaquia y la Unión Soviética había excelentes escuelas de cine. Pero no me hicieron caso. Yo acababa de llegar de Puerto Rico, con una melena frondosa y me tomaron por un hippie loco y me rechazaron. Luego, cuando se presentó la oportunidad de participar en un taller de cine antropológico por cuatro meses en París, me animé y esta vez sí me escogieron. Cuando abrieron la escuela de cine en Cuba, yo estaba ya muy crecido para competir por un cupo, pero luego solicité admisión en un taller de guion y también me aceptaron. Esa fue la tercera y última vez. También ejercí la crítica de cine como por 25 años, y tomé cursos de preservación de filmes en cinematecas de México y Brasil. Pero nunca me propuse dedicarme al cine. Tengo otros «amores» antes que el cine, que son el teatro y la literatura. 4- Usted es productor de documentales. ¿Qué mensaje busca llevar a la sociedad a través de ellos? Yo nunca asumí el cine como actividad central. Los proyectos demoran mucho en arrancar, son costosos y, si quiero expresar alguna idea, pocas veces me he dicho «Quiero hacerlo en cine». Con el riesgo de que me acusaran de loco, cuando me preguntaban qué quería yo ser en la vida, contestaba con plena convicción: «Quiero ser feliz». Y lo sigo pensando, de modo que no me siento productor de documentales. Es el género del cine que más me gusta y he trabajado en varios, pero creo que la vida me llevó hacia ellos. No los busqué. Hubo algunos proyectos en mi juventud que quise rodar, pero no cuajaron. Quería, por ejemplo, hacer uno sobre la diversidad étnica que confluye en el ser cultural panameño, inspirado en las ideas del Dr. Roberto de la Guardia, un hombre brillante que fue mi profesor en la USMA. Melaxa se llamaba aquel proyecto. Lo presenté al GECU, pero Pedro Rivera le pasó mi propuesta a un periodista brasileño al cual le rendían pleitesía aquí, que no entendía mis inquietudes y lo evaluó con negatividad. Nunca quiso sentarse conmigo a guiarme en el proyecto, y en el GECU los que lo leyeron no lo valoraban. Eran tiempos malos, y en el GECU había