artesanías

Candelero Villarreal, el maestro del cuero que confecciona uno de los calzados más tradicionales de Panamá

Aunque vive en una modesta casa provista estrictamente de lo necesario, Candelero Villarreal, de 68 años de edad, asegura que es un hombre rico. Y es que él considera que tiene todo lo que necesita para vivir: aire en sus pulmones, un viejo radio donde escucha cumbia, un acordeón que le recuerda sus años mozos, una esposa que lo ama y un taller donde confecciona uno de los calzados más antiguos del país, la cutarra. Es un artesano de la vieja escuela del programa B/. 120 a los 65 del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES), que realiza todos sus trabajos a mano en su casa, ubicada en La Tiza de Las Tablas, provincia de Los Santos. En el portal de su residencia tiene esparcidos retazos de cuero, cuchillos, un formón de madera, tijeras, alfileres y una lata de barniz. Con estos sencillos implementos, más la destreza y la habilidad de sus manos, diseña los calzados que han utilizado los panameños desde que se formó la República, hace más de un siglo. La maestría de su habilidad se revela en el trabajo detallado que ejecuta. Las sandalias pueden tener un aspecto rústico, pero son cómodas y prácticas. Diseña cutarras para niños, jóvenes y adultos, y lo más importante es que en su taller, los clientes siempre encontrarán sus tallas. Un cálido olor a cuero siempre recibe a la clientela que ha conquistado por el buen servicio que brinda. En su comunidad todos lo conocen, por eso es que cuando alguien quiere lucir unas finas cutarras, van hasta Calle Belén, atraviesan un callejón de tierra y luego entran a la residencia de Candelero. A menos que tenga un compromiso impostergable, Candelero siempre está en casa, trabajando sobre una mesa de madera, haciendo lo que más le gusta. Las cutarras las vende a precios módicos, que van de 12 a 15 balboas, y no es un trabajo que desarrolla por dinero, más bien lo hace porque cree, firmemente, que es el mejor calzado del mundo. Cuando llega un cliente, Candelero saca un lápiz y dibuja el contorno del pie en un papel, luego lo recorta y lo pega a un pedazo de cuero. Con una cuchilla hace la plantilla, luego le abre unos pequeños agujeros en puntos específicos y ensarta unas tiras que teje simétricamente. La plantilla se refuerza con caucho para que la pisada sea cómoda. En caso de que las sandalias sean para mujeres, utiliza una pieza de metal para grabar flores, mariposas y hojas en el cuero. Las cutarras, más que unas simples sandalias Las cutarras en Panamá tienen un sitio especial. En el corregimiento de Las Palmitas, distrito de Las Tablas, se realiza el Festival de la Cutarra, con el interés de promover la cultura que representa esta pieza, que se ha convertido en un ícono de la identidad santeña. Las cutarras aparecieron por primera vez en Panamá con la llegada de los españoles, quienes introdujeron la ganadería en las tierras de la península de Azuero. Los agricultores de aquel entonces, —probablemente todos indígenas— aprovecharon la nueva abundancia de cuero para fabricar un calzado cómodo y duradero que soportara la dificultad del trabajo campestre. Candelero añade que las cutarras cuentan una historia y representan al hombre de campo, de faena, aquel que se ganaba la vida en la huerta, arreando ganado, sembrando maíz, arroz y otros cultivos más. Tradición de familia En el caso de Candelero, el amor por el cuero viene de familia. Fue su padre quien le enseñó el arte de la talabartería. Es una tradición que ha pasado de generación en generación. El propio Candelero afirma que las cutarras lo han acompañado en todas las etapas de su vida. Fue lo primero que calzó de pequeño y lo único que cubrió sus pies cuando fue a la escuela. Para ese tiempo era común ir en sandalia al colegio. En su adolescencia y juventud la siguió utilizando y, en sus años mozos, también. Recuerda que la primera vez que diseñó unas cutarras tenía 8 años de edad. En ese tiempo se vendían a B/. 2.50 el par y, desde entonces, ha estado cociendo esta hermosa pieza que hoy forma parte del traje típico de Panamá. Este humilde artesano santeño no tiene redes sociales, ni tampoco quiere tenerlas. El mundo de la Internet no es algo que le preocupa, por eso tiene un celular que, únicamente, acepta llamadas. De las noticias se entera por la radio que tiene colgada en la pared. A lo largo de su vida realizó diferentes trabajos, todos informarles. Fue jornalero, ayudante en general y acordeonista, pero en ninguno tuvo la oportunidad de pagar un seguro social que le permitiera obtener una jubilación. Para la ministra del MIDES, María Inés Castillo, Candelero Villarreal es un ciudadano que hace patria y que requiere de la protección del Estado. “Los beneficiarios de este programa son personas adultas mayores que, en su edad económicamente activa, no lograron cotizar para su jubilación y que se encuentran en situación de pobreza o pobreza extrema” acotó la ministra Castillo.

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Las madres artesanas que educaron a sus hijos con la confección de sombreros a mano

A pesar de no ser hermanas, a Cenia y Fulvia Arrocha hay un lazo hermoso que las une: el amor por tejer sombreros. Cenia y Fulvia, de 73 y 68 años, respectivamente, son guardianas de nuestra cultura. Sus manos diestras llevan más de 60 años tejiendo los más finos sombreros que se producen en la provincia de Coclé. Estas mujeres revelan la hermosa experiencia de ser mamá, y cómo su emprendimiento les ha permitido instaurar una familia de hijos, nietos y bisnietos, orgullosos de sus orígenes. Estas artesanas, se han asegurado de traspasar ese legado de experiencia y conocimiento a sus hijos y nietos, con el objetivo de mantener viva la habilidad y la destreza de diseñar sombreros de diferentes tipos: pinta’os, blancos, de junco, de reatilla y kimbol, piezas que distingue a los hombres y mujeres de la pintoresca provincia coclesana. Ambas coinciden que ser madre es como ser una artesana, porque tienen la capacidad de dar vida y de crear una pieza única y especial, completamente diferente del resto. “Cuando diseño un sombrero le dedico el tiempo que sea necesario, poco a poco voy dándole forma, este proceso exige paciencia y entrega. Ese mismo principio lo apliqué con mis hijas, a ellas les brindé todo el tiempo que tuve para que hoy fueran mujeres de bien” expresó Cenia con orgullo. La primera vez que Cenia diseñó un sombrero tenía 5 años. Recuerda con nostalgia a su madre, porque fue la persona que le enseñó a tejer. Reconoce que en ella había un talento innato que perfeccionó con el pasar de los años. También recuerda que en esos tiempos un sombrero costaba 50 centavos. Cenia explica que con su arte educó a sus cinco hijos: Eloy, Rigoberto, Aris, Ofelia y Migdalia. Pero admite que ese camino no fue fácil. En la comunidad de Las Tibias, en el corregimiento de El Harino, donde nacieron sus hijos, no hay fábricas o empresas que generen empleo, por ello tuvo que tejer sombreros para subsistir. Lo demás es historia. Hasta hoy los clientes nunca han faltado, a pesar de que en la provincia de Coclé hay un número considerable de artesanos. Y es que sus diseños y el detalle de sus sombreros la preceden, es su carta de presentación. Al igual que Celia, Fulvia confeccionó su primer sombrero cuando era una niña, en la comunidad de Las Tibias. Apenas tenía 12 años. A su memoria aparecen esas imágenes de aquella primera vez. Una experiencia fascinante, el principio de una bella carrera que le permitió criar a sus tres hijas: Zuleika, Yirenia y Yahaira. Hay que destacar que Cenia y Fulvia no solo son famosas en Panamá. Sus diseños de sombreros han llegado a Estados Unidos, España y Costa Rica. Se sienten orgullosas por este privilegio y lo perciben como una recompensa por todos los años de dedicación a esta carrera. También reconocen lo mucho que le ha ayudado el programa 120 a los 65 del MIDES. Y es que con el beneficio que perciben pueden comprar la materia prima para sus sombreros; además de alimentos, medicamentos y acceso a controles médicos gratuitos. Confeccionar un sombrero demanda una técnica depurada. Primero hay que cortar fibras de junco y bellota que se extraen de una planta. Para dar el color oscuro al sombrero se utiliza la planta chisná, cuyas hojas se hierven junto a las fibras que han de ser teñidas. Mientras que el hilo para juntar la costura se obtiene de una planta llamada pita. La confección del sombrero, en totalidad, se diseña a mano. Lo primero que se teje es la plantilla, luego viene la copa y por último el ala del sombrero. La calidad del sombrero se determina por el número de vueltas que este posee. Los sombreros que diseñan Cenia y Fulvia son de 16 vueltas y pueden tardar hasta mes y medio. Cenia y Fulvia aseguran que han cumplido con su trabajo como madres y guardianas de la cultura. La prueba es que entre abuelas, hijos y nietos se teje el futuro de la artesanía, porque se han asegurado de que la tradición de hacer sombreros a mano se mantenga viva.

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Abuela de 73 años diseña piezas que mantiene viva la cultura afrodescendiente

Cecilia Bethancourt, de 73 años, tiene un puesto de artesanía en la calle 3 y avenida Bolívar, en el centro de la provincia de Colón. Aquí tiene de todo un poco: collares, sombreros, zapatos, carteras, boinas, pulseras y aretes. Todos sus productos tienen colores llamativos, propios de la Etnia Negra. Ataviada con un pollerón de retazos y una corona hecha de cartón, doña Cecilia exhibe las artesanías en su modesto puesto, que ha logrado notoriedad por la diversidad de artículos que se pueden encontrar. Su emprendimiento es una ventana para que las personas conozcan la influencia cultural que han dejado los afrodescendientes en Panamá. Cada pieza que diseña tiene impregnado un poco de la historia de esta población que tanto le aporta al desarrollo y crecimiento del país. Cecilia nació y se crio en la provincia de Darién, donde pasó su adolescencia, luego emigró a la provincia de Colón, donde construyó una familia de siete (7) hijos, 18 nietos y 14 bisnietos. Tras siete años de estar diseñando artesanías, ha logrado obtener piezas únicas, como las muñecas de estopas de coco, que se venden a buen precio. La diseña con frascos de mayonesa y retazos. También confecciona turbantes y gorros para los miembros de la cultura rastafari.Su reputación es tal que todo el que desea vestir una pieza de la Etnia Negra, es guíado a visitar su puesto ubicado en el corregimiento de Barrio Norte. En su taller todos los diseños son confeccionados a mano. La corona, una pieza emblemática de la etnia negra, la diseña con cartones, alambres dulces, espejos, encajes, cinta de satín entre otros materiales. Una de las piezas que más le solicitan sus clientes son los pollerones. Las faldas las confecciona de “parche unido”. La técnica consiste en tomar diferentes telas y unirlas hasta obtener la cantidad necesaria para el pollerón. Todas las faldas tienen parche montado que se sobreponen sobre la tela, a manera de remiendo. Algunas de los diseños de doña Cecilia tienen el aspecto de ropas rotas o “ripiadas”, pero explica que estas piezas, que utilizan preferiblemente los hombres, representan los tiempos en que los negros no tenían posibilidad de obtener una ropa nueva. Doña Cecilia está orgullosa de su emprendimiento. Con sus manos diseña prendas que llevan arraigada la historia de sus antepasados. Asegura que mientras Dios la tenga con salud, estará creando adornos y accesorios únicos, como ella lo sabe hacer.

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