Emprendimiento

Mujeres de El Chorrillo aprenden a bordar y a generar ingresos

Yadasiaris Arosemena ha encontrado en Internet unos modelos que le parecen apropiados para las tres sabanillas que está tejiendo a mano. Son diseños de flores, rosas y otros de figuras de animales que espera bordar, para luego entregarlos a sus clientes. Son buenas noticias para esta joven de 24 años, que recién aprendió a tejer en un curso que le dictó el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES). El taller se gestionó a través de Redes de Familia, programa que pertenece a la Dirección de Inversión para el Desarrollo del Capital Social del MIDES.Lo interesante es que Yadasiaris trabaja desde su casa, mientras cuida a su hijo de 2 años y a su padre, quien por su edad requiere de atenciones especiales. Al final, espera recibir de cada sabanilla unos 25 balboas, un dinero que le ayudará a sufragar los gastos de su hogar. “Quiero agradecer al MIDES por habernos traído este curso a nuestra comunidad, ya que nos va a servir muchísimo. Queremos seguir aprendiendo y, si es posible, tomar otros cursos para perfeccionarnos y así poder empoderarnos de esta actividad tan hermosa como lo es la costura” Precisó la joven emprendedora residente en el corregimiento de El Chorrillo, provincia de Panamá. A tres cuadras de Yadasiaris reside Gricelma Álvarez, de 55 años, quien también se encuentra bordando sabanillas y toallas para unas amistades que le han hecho varios pedidos. Reconoce que al iniciar el taller que le facilitó el MIDES, no tenía conocimiento sobre los pormenores de la costura. De acuerdo con la Dirección de Inversión para el Desarrollo del Capital Social, un total de 13 mujeres residentes en El Chorrillo participaron del curso de “Bordado Español”, que se dictó entre el 28 de julio y el 1 de septiembre del presente año. A cada participante se le entregó un kit de material de trabajo, que consistió en implementos como: hilos, agujas, telas y otras herramientas. “Le enseñamos a pescar en lugar de regalarle el pescado. Ahora son productivas y de esto se trata el programa”, enfatizó la promotora social e instructora del curso, Yahaira Rengifo, quien resaltó que las beneficiarias demostraron ser mujeres ávidas de aprender, por lo que resultó fácil enseñarles.“Aunque la mayoría no sabían tejer, la disposición que mostraron fue suficiente para que culminaran con éxito el módulo”, agregó. En la técnica del “Bordado Español”, las participantes aprendieron a confeccionar figuras geométricas sobre las telas, guardando en todo momento las proporciones y la simetría, un proceso que demanda una técnica depurada, porque las figuras en las prendas deben tener un balance. En el taller también aprendieron a bordar el punto de cruz, una técnica de bordado que consiste en dar puntadas en un tejido que va quedando en forma de aspas consecutivas, mediante las cuales se va creando una imagen o motivo. Esto, combinado con los cambios de color, permite generar una variedad infinita de representaciones sobre el tejido.

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Nely María Vargas, la artesana que convierte el junco en hermosos sombreros

Si todo empieza con un recuerdo de la infancia, el primero que tiene Nely María Vargas es el de un sombrero de junco. La mejor escena del día en su infancia era cuando su madre se balanceaba en una mecedora a tejer. Ella se acurrucaba a sus pies para observar con detalle todo el proceso. Le fascinaba cómo su madre convertía la paja de una planta silvestre (junco) en finas trenzas. Luego, con la ayuda de una horma (molde de madera), les daba forma a esas trenzas hasta elaborar un hermoso sombrero de color amarillo. Aquella habilidad que tenía su madre le hechizaba. Así que inició practicando con las fibras que su tutora dejaba caer al suelo. Desde pequeña demostró que tenía ese don, la habilidad y la destreza en las manos para confeccionar sombreros. A los 5 años de edad, cuando debía de estar jugando con muñecas o a la pelota, ya había tejido su primer sombrero, el cual vendió por la suma de 5 balboas. Doña Nely, de 62 años y beneficiaria del programa Ángel Guardián del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES), tiene su taller en un rinconcito de su casa, ubicado en el corregimiento de La Tiza, un pueblo de artesanos de la provincia de Los Santos, donde sus residentes, en su mayoría personas mayores, viven una vida modesta en sus casas hechas de quinchas. Hace nueve años, un tumor en la columna le redujo la movilidad a Nely en sus piernas. Para movilizarse debe utilizar una silla de ruedas. Fue desahuciada, pero sobrevivió al cáncer tras superar varias sesiones de quimioterapia. También superó un aneurisma, una isquemia y una trombosis. A pesar de su discapacidad, se niega a quedarse quieta en su silla de ruedas. Nely es tenaz, perseverante, decidida y una apasionada por la cultura. Ella no teje simples fibras de junco… teje cultura, herencia y tradición. Su hija, quien lleva con orgullo su mismo nombre, describe a su madre como una mujer aguerrida y luchadora, que ama cada minuto de la vida y que tiene una conexión especial con los sombreros. La orgullosa artesana santeña reconoció que confeccionar sombreros es su vida. Al paso aclaró que no lo hace por dinero, sino por puro amor. Aseguró que laborar una pieza es laborioso y consume mucho tiempo de trabajo. Puede tomar hasta siete meses, dependiendo de cuántas vueltas tenga el sombrero. “De que vale tejer rápido, si luego queda feo el sombrero, es mucho mejor tejerlo despacio, sin apuros. En este trabajo la paciencia lo es todo” Comentó la artesana La historia que guarda el sombrero de junco: El folclorista Olmedo Guillén explicó que el sombrero de junco era utilizado en las faenas de campo. “Era un sombrero de trabajo, que ayudaba a repeler el sol y el calor en los días donde los hombres se ganaban la vida en el ‘monte’, donde pasaban largas horas” destacó Guillén. Para el folclorista, esta hermosa artesanía es un símbolo de la cultura panameña y constituye uno de los accesorios folklóricos más antiguos en la historia de la República. Los beneficiarios del programa Ángel Guardián son personas que, por su discapacidad, no ingresaron al mercado laboral y requieren del apoyo del Estado para tener una vida con oportunidades, igual que todos. La ministra del MIDES, María Inés Castillo, indicó que la historia de Nely representa el rostro del programa Ángel Guardián, que está conformado por panameños luchadores y perseverantes, que cada día, a pesar de sus discapacidades, aportan al crecimiento, social, económico y cultural de este país.

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Microserfin mejora su calificación social

La agencia calificadora especializada en Microfinanzas, MicroRate mejoró la calificación social de Microserfin, entidad de la Fundación Microfinanzas BBVA de 3.5 a 4 estrellas con perspectiva Estable. Esta acción ratifica el excelente nivel de desempeño social y el sólido cumplimiento con su misión institucional de Potenciar el desarrollo productivo de los emprendedores en vulnerabilidad para mejorar su calidad de vida y la de sus familias.

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Cristobalina, una mujer que le saca provecho a la Escuela Campo

Cristobalina Barría disfruta estar en la huerta hurgando la tierra con la coa o el azadón. Con mucha seguridad y tono fuerte, asegura que uno de sus oficios favoritos es preparar el suelo para que el arroz y el maíz germinen. También disfruta alimentar a las gallinas. Desde hace un año gestiona una Escuela Campo a través de Redes de Familia, programa que impulsa el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) para que las mujeres rurales produzcan su propio alimento.

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Las madres artesanas que educaron a sus hijos con la confección de sombreros a mano

A pesar de no ser hermanas, a Cenia y Fulvia Arrocha hay un lazo hermoso que las une: el amor por tejer sombreros. Cenia y Fulvia, de 73 y 68 años, respectivamente, son guardianas de nuestra cultura. Sus manos diestras llevan más de 60 años tejiendo los más finos sombreros que se producen en la provincia de Coclé. Estas mujeres revelan la hermosa experiencia de ser mamá, y cómo su emprendimiento les ha permitido instaurar una familia de hijos, nietos y bisnietos, orgullosos de sus orígenes. Estas artesanas, se han asegurado de traspasar ese legado de experiencia y conocimiento a sus hijos y nietos, con el objetivo de mantener viva la habilidad y la destreza de diseñar sombreros de diferentes tipos: pinta’os, blancos, de junco, de reatilla y kimbol, piezas que distingue a los hombres y mujeres de la pintoresca provincia coclesana. Ambas coinciden que ser madre es como ser una artesana, porque tienen la capacidad de dar vida y de crear una pieza única y especial, completamente diferente del resto. “Cuando diseño un sombrero le dedico el tiempo que sea necesario, poco a poco voy dándole forma, este proceso exige paciencia y entrega. Ese mismo principio lo apliqué con mis hijas, a ellas les brindé todo el tiempo que tuve para que hoy fueran mujeres de bien” expresó Cenia con orgullo. La primera vez que Cenia diseñó un sombrero tenía 5 años. Recuerda con nostalgia a su madre, porque fue la persona que le enseñó a tejer. Reconoce que en ella había un talento innato que perfeccionó con el pasar de los años. También recuerda que en esos tiempos un sombrero costaba 50 centavos. Cenia explica que con su arte educó a sus cinco hijos: Eloy, Rigoberto, Aris, Ofelia y Migdalia. Pero admite que ese camino no fue fácil. En la comunidad de Las Tibias, en el corregimiento de El Harino, donde nacieron sus hijos, no hay fábricas o empresas que generen empleo, por ello tuvo que tejer sombreros para subsistir. Lo demás es historia. Hasta hoy los clientes nunca han faltado, a pesar de que en la provincia de Coclé hay un número considerable de artesanos. Y es que sus diseños y el detalle de sus sombreros la preceden, es su carta de presentación. Al igual que Celia, Fulvia confeccionó su primer sombrero cuando era una niña, en la comunidad de Las Tibias. Apenas tenía 12 años. A su memoria aparecen esas imágenes de aquella primera vez. Una experiencia fascinante, el principio de una bella carrera que le permitió criar a sus tres hijas: Zuleika, Yirenia y Yahaira. Hay que destacar que Cenia y Fulvia no solo son famosas en Panamá. Sus diseños de sombreros han llegado a Estados Unidos, España y Costa Rica. Se sienten orgullosas por este privilegio y lo perciben como una recompensa por todos los años de dedicación a esta carrera. También reconocen lo mucho que le ha ayudado el programa 120 a los 65 del MIDES. Y es que con el beneficio que perciben pueden comprar la materia prima para sus sombreros; además de alimentos, medicamentos y acceso a controles médicos gratuitos. Confeccionar un sombrero demanda una técnica depurada. Primero hay que cortar fibras de junco y bellota que se extraen de una planta. Para dar el color oscuro al sombrero se utiliza la planta chisná, cuyas hojas se hierven junto a las fibras que han de ser teñidas. Mientras que el hilo para juntar la costura se obtiene de una planta llamada pita. La confección del sombrero, en totalidad, se diseña a mano. Lo primero que se teje es la plantilla, luego viene la copa y por último el ala del sombrero. La calidad del sombrero se determina por el número de vueltas que este posee. Los sombreros que diseñan Cenia y Fulvia son de 16 vueltas y pueden tardar hasta mes y medio. Cenia y Fulvia aseguran que han cumplido con su trabajo como madres y guardianas de la cultura. La prueba es que entre abuelas, hijos y nietos se teje el futuro de la artesanía, porque se han asegurado de que la tradición de hacer sombreros a mano se mantenga viva.

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