Más de 17 personas se han alfabetizado con la ayuda de una voluntaria del Mides que dicta clases en la Junta Comunal. Sus alumnos entre 26 y 70 años al concluir el curso tienen la oportunidad de ingresar al sistema escolar y capacitarse en cursos de emprendimiento.
Cuando el reloj marca las 4:00 p.m. Ana López pone pausa a sus labores como asistente administrativa en la Junta Comunal de Curundú para convertirse en maestra. Sus alumnos son jóvenes, padres de familias y abuelos entre 26 y 70 años que no tuvieron el privilegio de asistir a la escuela, pero que hoy desean aprender a leer y escribir.
Ana de 44 años es una de las 100 maestras voluntarias que tiene el programa “Muévete por Panamá, Yo, Sí Puedo” del Ministerio de Desarrollo Social, que ha alfabetizado a 78,764 panameños (as) desde que inició el programa en el 2007.
Tras haber participado de tres (3) promociones Ana ha tenido la dicha de alfabetizar a más de 17 personas, incluyendo una compañera de trabajo que por años mantuvo su analfabetismo en secreto.
Lo interesante de este programa es que cuando los estudiantes reciben sus certificados tienen la oportunidad de ingresar al sistema escolar o recibir cursos de emprendimiento en el Instituto Nacional de Formación Profesional y Capacitación para el Desarrollo Humano (INADEH).
La preparación de las clases se la toman tan en serio como el alumno que asiste a ellas. Hay un dato significativo, si el curso inicia con cinco personas, lo acaban las cinco personas, eso es porque se empeñan en hacer las cosas bien a pesar de no ser una profesora de profesión.
“Lo que más me llama la atención es la perseverancia de mis alumnos. Asisten con entusiasmo. Y si ellos hacen un esfuerzo por aprender yo hago un esfuerzo por enseñarles”
destaca Ana.
Durante las clases que dicta después de haber cumplido con su jornada laboral ha descubierto historias conmovedoras. Entre esas anécdotas recuerda a una alumna de nombre Hilaria Sánchez de 68 años, que durante el curso fue hospitalizada. En su lugar enviaba a su hija a las clases para que le apuntara las tareas y desde el hospital desarrollaba las lecciones.
También recuerda a Diana López, una ama de casa que siempre anheló escribir su nombre. No fue a la escuela porque en su infancia sus padres decidieron que era más importante que ayudara en los quehaceres del hogar. A pesar de sus limitaciones logró que sus dos hijos se graduaran de la secundaria. el día que sus hijos culminaron el bachiller Diana decidió que era hora de iniciar, de cerrar un ciclo y emprender un nuevo reto. Fue entonces cuando escuchó que en la Junta Comunal había un grupo de vecinos que se reunían tres veces a la semana para leer, contar los números, y escribir.
La historia de Hilaria y Diana tuvieron un final feliz, después de siete (7) semanas y 65 clases recibieron sus diplomas que las certificaban como mujeres alfabetizadas.
Ana, una relacionista pública de profesión reconoce que sus padres la motivaron para ser voluntaria del programa. Su padre nunca fue a la escuela y su madre cursó hasta quinto grado de primaria. A pesar de sus limitaciones se las arreglaron para educar a sus seis hermanos, hoy todos son profesionales.
Cada vez que existan vecinos dispuestos a aprender Ana hará una pausa para atenderlos. No importa si nunca fueron a la escuela, ella hará todo lo posible para que al término del curso puedan sumar, restar y lo más importantes es que puedan escribir sus nombres y desarrollar la habilidad de la lectura y la escritura, un recurso que los hace hombres y mujeres independientes.