26 de julio de 2022

La maestra voluntaria que le enseña a leer y escribir a los residentes de Curundú

Más de 17 personas se han alfabetizado con la ayuda de una voluntaria del Mides que dicta clases en la Junta Comunal. Sus alumnos entre 26 y 70 años al concluir el curso tienen la oportunidad de ingresar al sistema escolar y capacitarse en cursos de emprendimiento. Cuando el reloj marca las 4:00 p.m. Ana López pone pausa a sus labores como asistente administrativa en la Junta Comunal de Curundú para convertirse en maestra. Sus alumnos son jóvenes, padres de familias y abuelos entre 26 y 70 años que no tuvieron el privilegio de asistir a la escuela, pero que hoy desean aprender a leer y escribir. Ana de 44 años es una de las 100 maestras voluntarias que tiene el programa “Muévete por Panamá, Yo, Sí Puedo” del Ministerio de Desarrollo Social, que ha alfabetizado a 78,764 panameños (as) desde que inició el programa en el 2007.Tras haber participado de tres (3) promociones Ana ha tenido la dicha de alfabetizar a más de 17 personas, incluyendo una compañera de trabajo que por años mantuvo su analfabetismo en secreto. Lo interesante de este programa es que cuando los estudiantes reciben sus certificados tienen la oportunidad de ingresar al sistema escolar o recibir cursos de emprendimiento en el Instituto Nacional de Formación Profesional y Capacitación para el Desarrollo Humano (INADEH). La preparación de las clases se la toman tan en serio como el alumno que asiste a ellas. Hay un dato significativo, si el curso inicia con cinco personas, lo acaban las cinco personas, eso es porque se empeñan en hacer las cosas bien a pesar de no ser una profesora de profesión. “Lo que más me llama la atención es la perseverancia de mis alumnos. Asisten con entusiasmo. Y si ellos hacen un esfuerzo por aprender yo hago un esfuerzo por enseñarles” destaca Ana. Durante las clases que dicta después de haber cumplido con su jornada laboral ha descubierto historias conmovedoras. Entre esas anécdotas recuerda a una alumna de nombre Hilaria Sánchez de 68 años, que durante el curso fue hospitalizada. En su lugar enviaba a su hija a las clases para que le apuntara las tareas y desde el hospital desarrollaba las lecciones. También recuerda a Diana López, una ama de casa que siempre anheló escribir su nombre. No fue a la escuela porque en su infancia sus padres decidieron que era más importante que ayudara en los quehaceres del hogar. A pesar de sus limitaciones logró que sus dos hijos se graduaran de la secundaria. el día que sus hijos culminaron el bachiller Diana decidió que era hora de iniciar, de cerrar un ciclo y emprender un nuevo reto. Fue entonces cuando escuchó que en la Junta Comunal había un grupo de vecinos que se reunían tres veces a la semana para leer, contar los números, y escribir. La historia de Hilaria y Diana tuvieron un final feliz, después de siete (7) semanas y 65 clases recibieron sus diplomas que las certificaban como mujeres alfabetizadas. Ana, una relacionista pública de profesión reconoce que sus padres la motivaron para ser voluntaria del programa. Su padre nunca fue a la escuela y su madre cursó hasta quinto grado de primaria. A pesar de sus limitaciones se las arreglaron para educar a sus seis hermanos, hoy todos son profesionales. Cada vez que existan vecinos dispuestos a aprender Ana hará una pausa para atenderlos. No importa si nunca fueron a la escuela, ella hará todo lo posible para que al término del curso puedan sumar, restar y lo más importantes es que puedan escribir sus nombres y desarrollar la habilidad de la lectura y la escritura, un recurso que los hace hombres y mujeres independientes.

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¿Las hormigas citadinas son más débiles?

Para entender los efectos de la urbanización y pérdida de bosques en los insectos, Dumas Gálvez estudia la capacidad de las hormigas para defenderse de las enfermedades en la ciudad y en la naturaleza Poco antes de que iniciara la crisis sanitaria por coronavirus en Panamá, Dumas Gálvez recibió una noticia inesperada: había sido elegido como becario del Secretary’s Distinguished Research Fellowship, que extendería por un año más su tiempo de investigación en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI). Era la primera vez que un panameño recibía este reconocimiento del Secretario del Smithsonian en Washington, su Director Ejecutivo, para el que compiten becarios de todos los centros de investigación del Smithsonian. Dumas es uno de los varios científicos panameños que descubrieron su pasión por la ciencia en STRI. En su caso fue el curso de biología tropical ofrecido por el Instituto cada año en la península Gigante (parte del Monumento Natural de Barro Colorado) cuando estuvo estudiando su segundo año de licenciatura. Aunque, echando para atrás, siempre llevó esa curiosidad por dentro. A los cinco años, viviendo en La Chorrera, descubrió dos nidos de candelilla en su patio. A un nido le empezó a dar las sobras de su comida y al otro no. Pronto se dio cuenta de que las hormigas que alimentaba le caminaban por la mano sin hacerle nada, mientras que las del otro nido sí lo picaban. “Yo sentía que estaba relacionado con mi olor: lo asociaban con la comida y por eso no me atacaban” recuerda. Después de pasar por estudios de plantas, mamíferos y aves a lo largo de su carrera, cuando hizo su doctorado en Ecología y Evolución en la Universidad de Lausanne (Suiza), regresó a su fascinación de la infancia: las hormigas. Y es lo que estudia como becario postdoctoral, bajo la asesoría de la científica Sabrina Amador. El 6 de marzo, tres días antes de confirmarse el primer caso de COVID-19 en Panamá, salió al camino del Oleoducto armado con coa, piqueta, pala y avena, en busca de nidos de la especie que estudia, la Ectatomma ruidum. A las hormigas les gusta la avena. La recogen del suelo y la llevan a su colonia, revelando la ubicación del nido. Con sus herramientas, Dumas y su asistente Eleodoro Bonilla, estudiante de biología de la Universidad de Panamá, se adentraron en las distintas cámaras de un nido, recolectando las hormigas de la colonia hasta encontrar a la reina: indicación de que habían. llegado a la última cámara. Ha hecho lo mismo con nidos en la ciudad, Paraíso, el Camino de Cruces y la isla Barro Colorado. Su pregunta es simple, pero ingeniosa: quiere comparar el sistema inmunológico de las hormigas en áreas urbanas; es decir, su defensa natural contra las enfermedades, con el de las que habitan entornos boscosos. Para hacerlo, las infecta con un hongo y mide su supervivencia. ¿Para qué nos sirve todo esto? Las hormigas que viven en sitios urbanos o en potreros, así como los hongos que las enferman, experimentan condiciones más secas y calientes que las de los bosques. A su vez, con el continuo crecimiento de las áreas urbanas y la pérdida de hectáreas de bosques tropicales cada año, el planeta está cada vez más caliente y seco. El proyecto de Dumas nos permitirá entender cómo estas condiciones influyen en la interacción de las hormigas con los hongos que las enferman. Y esto podría abrir una nueva línea de investigación en Panamá, relacionada con el sistema inmunológico y las amenazas naturales de los insectos que son importantes para la agricultura y economía, como las abejas, o para la salud, como los que transmiten enfermedades. En términos generales, también aporta a nuestra comprensión de cómo los organismos más sencillos se irán adaptando al cambio climático, algo que nos tocará hacer a todos. Cuando se implementó la cuarentena por el coronavirus en Panamá, Dumas mantenía toda su infraestructura de investigación en un laboratorio en Gamboa. Ahora mantiene 70 colonias de hormigas en un baño de su casa que nadie utiliza. Y esta solución temporal le ha permitido seguir avanzando durante la pandemia.

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La abuela de 73 años que desarrolla su emprendimiento entre matas de cacao

Las manos curtidas de Cecilia Santos dan muestra que es una mujer de faena. Nunca fue a la escuela, pero desde que tiene uso de razón aplica la lección que un día su padre le enseñó: la tierra te dará todo lo que necesita. Se internó desde pequeña en las fincas de cacao donde encontró su lugar. Nació en el corregimiento de Almirante en Bocas del Toro. Doña Cecilia no concibe su vida sin estar entre sus matas de cacao y arreando las 40 gallinas que compró con mucho sacrificio del dinero que recibe de las transferencias monetarias condicionadas.Por eso cada vez que puede se guinda una jaba al hombro y con machete en mano se interna en su pequeña parcela para “darle cariño” a las más de 400 matas de cacao que sembró y donde camina como si ninguno de esos años le pesara. Esta señora cosecha el cacao de manera tradicional, utilizando los conocimientos adquiridos de sus ancestros. Luego de recolectar la fruta, Cecilia aplica un proceso que tarda 20 días para que las semillas tengan la consistencia adecuada para su venta.La libra la comercializa a 60 centavos a una procesadora local que exporta el producto a diferentes países de Latinoamérica y Europa. Esta abuela se describe así misma como inquieta, visionaria, pero sobre todo emprendedora. Asegura que su producción de subsistencia es una oportunidad para mejorar su calidad de vida y la de su familia. Mientras tenga fuerza seguirá escabulléndose entre el cacao y las aves de corral, un negocio que la ha convertido en una abuela emprendedora a sus 73 años.

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