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¿Las hormigas citadinas son más débiles?

Para entender los efectos de la urbanización y pérdida de bosques en los insectos, Dumas Gálvez estudia la capacidad de las hormigas para defenderse de las enfermedades en la ciudad y en la naturaleza Poco antes de que iniciara la crisis sanitaria por coronavirus en Panamá, Dumas Gálvez recibió una noticia inesperada: había sido elegido como becario del Secretary’s Distinguished Research Fellowship, que extendería por un año más su tiempo de investigación en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI). Era la primera vez que un panameño recibía este reconocimiento del Secretario del Smithsonian en Washington, su Director Ejecutivo, para el que compiten becarios de todos los centros de investigación del Smithsonian. Dumas es uno de los varios científicos panameños que descubrieron su pasión por la ciencia en STRI. En su caso fue el curso de biología tropical ofrecido por el Instituto cada año en la península Gigante (parte del Monumento Natural de Barro Colorado) cuando estuvo estudiando su segundo año de licenciatura. Aunque, echando para atrás, siempre llevó esa curiosidad por dentro. A los cinco años, viviendo en La Chorrera, descubrió dos nidos de candelilla en su patio. A un nido le empezó a dar las sobras de su comida y al otro no. Pronto se dio cuenta de que las hormigas que alimentaba le caminaban por la mano sin hacerle nada, mientras que las del otro nido sí lo picaban. “Yo sentía que estaba relacionado con mi olor: lo asociaban con la comida y por eso no me atacaban” recuerda. Después de pasar por estudios de plantas, mamíferos y aves a lo largo de su carrera, cuando hizo su doctorado en Ecología y Evolución en la Universidad de Lausanne (Suiza), regresó a su fascinación de la infancia: las hormigas. Y es lo que estudia como becario postdoctoral, bajo la asesoría de la científica Sabrina Amador. El 6 de marzo, tres días antes de confirmarse el primer caso de COVID-19 en Panamá, salió al camino del Oleoducto armado con coa, piqueta, pala y avena, en busca de nidos de la especie que estudia, la Ectatomma ruidum. A las hormigas les gusta la avena. La recogen del suelo y la llevan a su colonia, revelando la ubicación del nido. Con sus herramientas, Dumas y su asistente Eleodoro Bonilla, estudiante de biología de la Universidad de Panamá, se adentraron en las distintas cámaras de un nido, recolectando las hormigas de la colonia hasta encontrar a la reina: indicación de que habían. llegado a la última cámara. Ha hecho lo mismo con nidos en la ciudad, Paraíso, el Camino de Cruces y la isla Barro Colorado. Su pregunta es simple, pero ingeniosa: quiere comparar el sistema inmunológico de las hormigas en áreas urbanas; es decir, su defensa natural contra las enfermedades, con el de las que habitan entornos boscosos. Para hacerlo, las infecta con un hongo y mide su supervivencia. ¿Para qué nos sirve todo esto? Las hormigas que viven en sitios urbanos o en potreros, así como los hongos que las enferman, experimentan condiciones más secas y calientes que las de los bosques. A su vez, con el continuo crecimiento de las áreas urbanas y la pérdida de hectáreas de bosques tropicales cada año, el planeta está cada vez más caliente y seco. El proyecto de Dumas nos permitirá entender cómo estas condiciones influyen en la interacción de las hormigas con los hongos que las enferman. Y esto podría abrir una nueva línea de investigación en Panamá, relacionada con el sistema inmunológico y las amenazas naturales de los insectos que son importantes para la agricultura y economía, como las abejas, o para la salud, como los que transmiten enfermedades. En términos generales, también aporta a nuestra comprensión de cómo los organismos más sencillos se irán adaptando al cambio climático, algo que nos tocará hacer a todos. Cuando se implementó la cuarentena por el coronavirus en Panamá, Dumas mantenía toda su infraestructura de investigación en un laboratorio en Gamboa. Ahora mantiene 70 colonias de hormigas en un baño de su casa que nadie utiliza. Y esta solución temporal le ha permitido seguir avanzando durante la pandemia.

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Monos capuchinos de cara blanca bajan de los árboles en Isla Coiba, Panamá

Al cruzar un tramo de océano de 23 kilómetros desde tierra firme en Panamá hasta Coiba, la isla más grande en el Pacífico Oriental, un grupo de intrépidos biólogos esperaban encontrar especies nunca antes reportadas. Pero además de descubrir nuevas especies, el equipo del Coiba BioBlitz del 2015 se sorprendió al descubrir que los monos capuchinos allí pasaban mucho tiempo en el suelo. «La mayoría de nosotros hemos trabajado en Isla Barro Colorado (la estación de investigación del Smithsonian localizada en el lago Gatún en Panamá) donde los monos capuchinos están acostumbrados a las personas, pero nunca los habíamos visto pasar tanto tiempo en el suelo del bosque», comentó Claudio Monteza, quien está haciendo su Doctorado en el Instituto Max Planck de Comportamiento Animal y en la Universidad de Konstanz. “Nunca vimos a las mamás cargando bebés bajar al suelo como lo hicimos en Coiba. Incluso los grupos más habitados en Barro Colorado son muy cuidadosos con los bebés». Aislada del continente, alrededor de 12 y 18 mil años, Coiba es el hogar de plantas y animales que no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra. Cuando los españoles navegaron por primera vez a Coiba en 1516, los cronistas informaron que la isla estaba densamente poblada por pueblos indígenas, pero para 1550, la isla había sido despoblada, dejando solo un pequeño asentamiento de colonos españoles. Y de 1919 a 2004, la isla fue una colonia penal donde se restringieron los movimientos de los prisioneros, dejando la mayor parte de la isla a sus habitantes salvajes. Claudio sospechó que la valentía de los capuchinos de Coiba podría tener una explicación simple: Coiba carece de jaguares, de pumas, de tayras (comadrejas grandes), de coyotes, de jaguarundis y de ocelotes, todos identificados como depredadores de acuerdo con restos de capuchinos encontrados en muestras fecales. Una de las razones por las que nadie ha estudiado esto antes es porque es casi imposible para los investigadores observar los efectos de los depredadores que se asustan cuando se encuentran con científicos. Pero el equipo de Claudio resolvió este problema usando cámaras. Instalaron cámaras trampa a la altura de las rodillas en las bases de los árboles en Coiba y en una isla cercana mucho más pequeña llamada Jicarón. El movimiento activa las grabadoras de video en las trampas. Luego compararon los videos de monos en las islas con videos de cámaras trampa en tres sitios continentales: la estación de investigación STRI en Isla Barro Colorado, la cercana Península Gigante y en el Parque Nacional Soberanía de Panamá, parte de un estudio realizado por el científico Patrick Jansen como parte de la Red mundial de evaluación y monitoreo de la ecología tropical (TEAMS por sus siglas en inglés). «No registramos ningún depredador de mamíferos en las islas oceánicas, y había más depredadores en el Parque Nacional Soberanía que en Barro Colorado o la Península Gigante, os resultados fueron los que esperábamos en ausencia de depredadores: el tamaño de las tropas de monos en la isla de Coiba era mucho mayor que en cualquiera de los sitios de tierra firme» Comentó claudio Los monos en los sitios donde había depredadores también pasaron más tiempo en el suelo durante la mitad del día, cuando los depredadores están menos activos. Por el contrario, los monos en las islas del Pacífico no centraron su actividad a cierta hora del día. Las visitas más largas al terreno se realizaron en Jicarón (14.5 minutos) y las Islas Coiba (7.9 minutos). Los primates que descendían de los árboles jugaron un papel importante en la evolución humana, pero las explicaciones aún controvertidas generalmente implican cambios en el clima o la dieta.

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